«Do you need help? No bus today. Tomorrow! «

Capítulo cuarto: La buena gente.

 

Llegamos a la Bus Station de Datong con tiempo suficiente para poder comprar el billete a Wutaishan y sortear todos los problemas de comunicación que pudiésemos encontrar. En nuestra pensión, la recepcionista nos había escrito en chino el nombre de nuestro destino. Así que no debíamos tener más problemas que los acostumbrados.
Sin embargo, nada más entregar el papelito a la taquillera de la estación, vimos que moviendo su cabeza de un lado para otro, nos devolvía el papelito pronunciando palabras incomprensibles para nosotros. Ana y yo aún perplejos, salimos al exterior del edificio intentando recomponer nuestro plan de viaje. Que no habían buses esa tarde hacia Wutaishan, lo habíamos captado. El porqué y sobretodo, el cómo llegar hasta la montaña sagrada para poder proseguir con nuestro itinerario, era una total interrogación. De lejos vimos una parada de taxis. Media hora más tarde teníamos un precio cerrado para llegar a nuestro destino. 700 Yuanes. Casi 100 Euros. Desistimos y regresamos al interior de la estación buscando alguna alternativa.

Un chico muy joven, con aspecto universitario, se nos acercó. Tragó saliva y en su mejor inglés, pronunció la primera frase con sujeto y predicado que escuchamos durante todo nuestro viaje. Do you need help? Nos miramos incrédulos antes de abalanzarnos sobre él casi abrazándolo, al entender que teníamos frente a nosotros nuestro salvavidas. Después de entender cual era el problema y habiendo hablado con la mujer que nos denegó los billetes nos dijo: No bus today. Tomorrow! Sin pararnos a entender las limitaciones idiomáticas del pobre chico, nos lanzamó desbocados hacia él con un millar de preguntas. Se obturó. Bajó la cabeza, creo que con vergüenza por no poder hablar más en inglés y se marchó pensativo. Pero dos minutos depués se plantó de nuevo ante nosotros, con sonrisa en la cara y su móvil en la mano. Se había descargado la famosa app traductora. Teníamos tiempo y él también. El móvil fue pasando de su mano a la nuestra hasta que entendimos qué posibilidades teníamos de llegar a ese lugar, que era bastante inaccesible, sin perder días en el intento.

Wang, que así se llama el chico, nos propuso coger un autobús diferente esa misma tarde, hacia su pueblo y de allí poder llegar a otro lugar que tiene una conexión diaria con Wutaishan.Y así hicimos. Durante más de 6 horas nuestro autobús se dirigió hacia un lugar desconocido para nosotros. Wang, hablando constantemente con el conductor, empezó a ponerse nervioso. El autobús no paraba donde él pensaba. Llegados a ese punto, la conversación y el problema se hizo público entre todos los pasajeros y su solución se resolvió entre todos. Wang al cabo de 7 horas nos hizo gestos de bajar en una carretera no muy transitada. Allí nos presentó a dos pasajeras que viajaban con nosotros y utilizando la aplicación nos dijo que ellas iban en la dirección correcta y que a partir de ahí, nuestras guías iban a ser ellas. Subimos a otro autobús del cual bajamos 40 minutos más tarde. Sin saber dónde estábamos esas mujeres nos entregaron a otro viajero y volvimos a subir a otro autobús que esta vez sí nos dejó en la población idónea para atacar nuestro destino. Allí nos esperaba Cheng, mejor amigo de Wang, que, armado con su aplicación nos hizo de cicerone y guía durante los dos siguientes días.

Llegados a Sand River, así se llamaba el lugar, buscamos pensión y un sitio donde cenar. El calor desapareció y la brisa nocturna nos hizo visitar ese pueblo de 150.000 habitantes ( ellos lo llaman pueblo) que estaba formado por dos calles de tres carriles paralelas con la plaza mayor en medio. Nos sentamos en uno de los bancos más apartados de la plaza para poder observar discretamente lo que allí acontecía.
Parecía que todas las familizas con hijos del lugar, se reunían en la plaza al atardecer para compartir multitud de actividades. Al fondo se veían hasta cuatro grupos de personas jugando al bádmington. Más allá 6 mesas de ping pong en plena competición. A nuestra izquierda unos bafles gigantes daban el compás para que unas 60 personas ensayasen pasos de baile no muy estéticos la verdad.

Parecía el campo base de una ciudad del Nepal.

Con una sonrisa en la boca contemplábamos la vida y ocio de ese lugar que aún no situábamos en el mapa. Hasta que un bailarín que ensayaba un paso de tango con su pareja nos vió. Entornanado aún más sus ojos semicerrados asiáticos se convenció de su primera impresión. Había dos blancos, sentados que los observaban. Gritó señalándonos lo que provocó que todo se paralizase en cuestión de segundos. Nuestra posición en la semipenumbra ya no nos protegía más. Un primer grupo se acercó hacia nosotros y al comprobar que una pareja de turistas los estaba observando se abalanzaron hacia nosotros. Lo que pasó entonces es uno de los recuerdos más inverosímiles y divertidos de nuestro viaje.
Se formó una fila ordenada de personas: familias con bebés, ancianos, taxistas etc… que aguardaban pacientemente poder fotografiarse con nosotros. Durante la hora siguiente fuimos personajes centrales de más de 200 selfies y fotografías de familia. Calculo que tuve entre mis brazos unos 50 bebés. Ana tuvo que fotografiarse de pié al lado de muchas mujeres para poder mostrar su altura y porte europeo. Regresamos a nuestro hotel riendo. Qué placer da viajar de verdad. Improvisando y aceptando todo lo que implica eso.
A la mañana siguiente no reunimos con Cheng y nos dirigimos en un minibús hacia Wutaishan.

Parecía el campo base de una ciudad del Nepal en la que descansar antes de atacar el Everest. Miles de tiendecitas con merchandising budista, restaurantes, coches, barro, grupos de gentes desorientadas, grupos chinos turísticos con banderines multicromáticos. Pagamos nuestro ticket de acceso a los templos, compramos 4 litros de agua y nos dirigimos hacia las escaleras de acceso al templo central. Nos situamos en una nueva fila humana para atacar los 600 escalones divididos en 5 tramos que nos llevarían hasta la cima del monte, puerta de entrada del templo. Subíamos resollando y sudando sin parar. Cuando en un momento de no poder más íbamos a proferir algún insulto…nos vimos adelantados por hombres y mujeres, armados con rodilleras y guantes blancos, que cada tres escalones se arrodillaban, se extendían todo lo que podían, rezando a Buda. Eran peregrinos que venían a cumplir una promesa en ese lugar sagrado. Obviamente dejamos de quejarnos en lo que quedaba de subida, al ver semejante esfuerzo de fé y de convicción. Arriba el templo que albergaba los 5 dioses nos esperaba. Después, visita de otros tantos templos y vuelta al hotel para descansar.

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